Publicado en Público.es el 21 de enero de 2013
Por muchas vueltas que se le de, el indicador más certero de la profundidad y del daño que está causando una crisis económica es la desaparición de empresas. No cabe duda de que el aumento del desempleo es terrible pero incluso éste puede ser temporal y si está protegido no conlleva grandes caídas subsiguientes en la demanda. Pero cuando desaparece una empresa no solo se pierde empleo en ese momento sino que además salta por los aires una fuente futura de creación de puestos de trabajo, se pierden quizá para siempre recursos físicos, financieros y humanos y se desperdicia en la mayoría de las ocasiones el esfuerzo de muchos años y de muchas vidas.
Sean de propiedad privada, social o pública (porque no hay mayor error que confundirlas con el capitalismo) las empresas son organizaciones vitales para la satisfacción de las necesidades humanas y sin las cuales es imposible resolver los asuntos más básicos de nuestra vida cotidiana.
Por eso, la desaparición en España de más de 200.000 empresas desde 2008 no puede calificarse sino como de auténtica tragedia económica a la que habría que poner freno cuanto antes si no queremos hundirnos en la depresión económica y en el empobrecimiento continuado durante muchos años.
Sin embargo, y a pesar de que todo el mundo se llena la boca de defensas a la empresa o a los puestos de trabajo, lo cierto es que no hay institución social más incomprendida ni que reciba más agresiones por todos lados. Quienes está defendiendo y aplicando las políticas de austeridad y de recorte de rentas confunden los intereses del conjunto de las empresas con los de las más grandes, y quienes desde sindicatos u organizaciones de izquierdas ponen el énfasis en la defensa del empleo no se suelen dar cuenta de que eso es hoy día imposible sin la contribución de los miles de pequeños y medianos empresarios que lo crean en su gran mayoría.
Los gobiernos y la patronal están en manos de las grandes empresas y de los bancos que están imponiendo políticas que les vienen bien a ellos pero que literalmente fulminan a las pequeñas y medianas.
A diferencia de lo que ocurre en otros lugares, como en Estados Unidos, las grandes empresas europeas o están muy desentendidas del mercado interior o bien tienen un gran poder de mercado (como es el caso de las que suministran servicios básicos). Son empresas globales que obtienen la mayor parte de sus beneficios fuera de Europa o que los tienen garantizados aquí porque disponen de clientes cautivos, que no se pueden desentender fácilmente de ellas y tienen que aguantar sin rechistar los precios que imponen. En ambos casos, sus beneficios no dependen del poder adquisitivo de los europeos y por eso prefieren políticas que aquí simplemente garanticen los costes laborales e impuestos más bajos posibles.
Esa es la razón por la que están imponiendo las políticas de austeridad que se vienen aplicando. Unas políticas (que los economistas llamamos deflacionarias) que en realidad se viene aplicando en Europa desde hace muchos años y que son la causa de que aquí haya habido menos crecimiento y más desempleo que en otros lugares, pero que en los momentos de crisis actuales es cuando se muestran mucho más dañinas y contraproducentes.
Las pequeñas y medianas empresas (que en el conjunto de Europa, como en España, son las que han venido creando más o menos el 80% de nuevo empleo) no tienen a su alcance el colchón del mercado global, ni tampoco clientes tan cautivos como las que suministran telefonía, luz, energía u otros servicios básicos. En su inmensa mayoría viven, por el contrario, del mercado interno y cuando éste se viene abajo ellas van detrás enseguida. Muy pocas pueden internacionalizarse porque su negocio es el que es, atender a la demanda interna.
No quiero decir que no interese fomentar la internacionalización de las pymes españolas. Simplemente me refiero a que eso no se debe confundir, como se viene haciendo, con dos errores fatales. El primero, creer que solo serán competitivas en el exterior las pequeñas y medianas empresas que operen con trabajadores peor pagados. El segundo, pensar que a todas las empresas les conviene orientarse al mercado exterior o que todas van a poder hacerlo para salir de la crisis.
Normalmente, los pequeños y medianos empresarios viven de lo que gastan sus vecinos o empresas colindantes y si éstos tienen cada vez menos renta es cuando venden menos y cuando se ven condenadas a cerrar. Por eso, las políticas que imponen las grandes empresas y los bancos y que se están traduciendo en un descenso continuado de los ingresos de la mayoría de la población les resultan fatales.
Si queremos salir de verdad de la crisis sin destruir la economía y sin empobrecer para muchos años a la sociedad española, tenemos que salvar a las pymes (y me atrevería a decir que, muy en particular, a las que son propiedad o están dirigidas por mujeres porque tienen mayores problemas aún), y no a los bancos, a Telefónica, a Repsol y al resto de las grandes corporaciones que dominan el discurso, las instituciones políticas y las organizaciones patronales.
No hay nada más perjudicial para los pequeños y medianos empresarios (además, naturalmente, de para los propios trabajadores) y para el conjunto de la economía española que propuestas como las que acaba de hacer la patronal de Ikea, El Corte Inglés, Cortefiel, C&A, Alcampo, Leroy Merlin y otras grandes empresas de rebajar aún más los salarios. Responden a un razonamiento económico ciego y troglodita que aumentará sus beneficios a corto plazo pero que a la postre solo llevará consigo la desaparición de otros miles más de empresas y la pérdida de muchos más empleos.
Las pequeñas y medianas empresas que han cerrado en España lo han hecho por carecer de dos cosas fundamentales: crédito y clientes. No disponen de financiación porque los bancos que podrían dárselo están quebrados y utilizan la liquidez y ayudas sin límite que le dan el Banco Central Europeo y el gobierno para salvar sus muebles y sus beneficios. Y pierden la clientela porque los trabajadores, y la mayoría de la sociedad que gasta casi todos sus ingresos en consumo, disponen cada vez de menos rentas por los recortes que hace el gobierno.
Por eso, para salvar a las empresas que pueden crear empleo (y no destruirlo como viene haciendo las grandes que imponen las políticas de austeridad) lo que hay que hacer es lo contrario de lo que se viene haciendo. Si la banca privada no puede proporcionar crédito porque está quebrada o usando sus recursos para desendeudarse, el Estado tendría que garantizarlo como un auténtico servicio público esencial. ¿Se imaginan lo que hubieran podido hacer los miles de empresarios que han cerrado con la liquidez y ayudas que se le ha dado a los bancos para que la desperdicien?
Y para que recuperen sus ventas y el empleo, lo que debe hacerse es elevar la renta de la población que en lugar de ahorrar y dedicar la mayor parte de sus ingresos a la especulación financiera los dedica al consumo. Eso se puede conseguir, por ejemplo, con moratorias en el pago de hipotecas, con ayudas directas a las familias de menor renta y, en general, llegando a un pacto de rentas que impida la concentración tan grande de ingresos que se está dando en los niveles de mayor riqueza. Entender que la desigualdad creciente es el principal enemigo de los pequeños y medianos empresarios y de sus negocios no es algo de derechas o de izquierdas sino de sentido común a la vista de lo que está pasando.
Quizá no baste solo con eso. Es imprescindible también que la sociedad entera entienda que los pequeños y medianos empresarios no son los malos de la película, lo que posiblemente requiera que estos también comprendan que sus intereses no tienen nada que ver con los de los grandes oligopolistas que dicen representarlos. La creación de riqueza orientada a satisfacer nuestras auténticas necesidades y que no destroce a la naturaleza que necesitamos para vivir es algo bastante más complejo que lo que refleja la dialéctica maniquea de buenos y malos al uso. Solo si superamos esta limitación y diseñamos un proyecto social, económico y político que ponga en primer plano los intereses reales de la inmensa mayoría de la sociedad y no solo los de quienes están en la cima podremos alumbrar un camino menos frustrante y más enriquecedor para todos.