martes, enero 26, 2010

David Toscana 1a parte

BREVE REPASO SOBRE LA NARRATIVA DE DAVID TOSCANA. Por José Luis Domínguez. En la última semana de febrero de 1992, mientras acá en Cuauhtémoc ya se agitaban los duendes literarios para hacer de las suyas, llegaban, desde Monterrey, a la ciudad de México tres escritores noveles que, durante algunos años, habían formado parte de una agrupación cultural, un tanto anárquica, autodidacta, autonombrada “El panteón de la novela” y cuyos nombres eran Eduardo Antonio Parra, Hugo Valdez Manríquez y David Toscana. En su libro, “Crónicas de viaje”, Hugo Valdez Manríquez, no exento de cierta vanidad jocosa, nos describe paso a paso, las peripecias padecidas por esta tercia de escritores neoleoneses en el Distrito Federal. No fueron, la jactancia de la voz narradora, ni las autoatribuciones desfachatadas, ventajosas, ni los comentarios, un tanto pedantes y despectivos que hacía el cronista sobre sus compañeros de periplo lo que me impulsó a seguir leyendo; tampoco me atrapó esa personalidad franca, desparpajada y noble de Eduardo Antonio Parra tan bien descrita en aquellas páginas. Me interesó, sobremanera, lo que se dejaba vislumbrar detrás de aquellas bambalinas literarias del libro, sobre el tercero de aquellos personajes, sobre esa presencia semioculta, como queriendo pasar desapercibida, por callada a veces; por ausente, austera, aunque más bien sencilla, de David Toscana. He aquí una presencia interesante, me dije. Con aquel retrato muy bien logrado, que hacía de él Hugo Valdez Manríquez, me atreví a comparar entonces a David Toscana con la figura, con la imagen de un iceberg, un témpano que siempre está callado, que casi no se mueve, que enseña poco sobre la superficie del agua, una metáfora de la vida misma, porque oculta mucho más debajo de ella, un símbolo de que quien parecía no decir nada, era quien más tenía qué decir. Con el transcurrir del tiempo, he podido comprobar que aquella intuición de entonces, que mi empatía, no estaban mal encaminadas. David Toscana, a la fecha, se ha convertido en uno de los mejores narradores latinoamericanos contemporáneos. El resultado del periplo del trío de mosqueteros de la literatura regia a la gran urbe mexicana, trajo como consecuencia para David Toscana, la publicación de su primer libro en el Fondo Editorial de Tierra Adentro, titulado “Las bicicletas”, en cuyas páginas encontraríamos sus lectores, el surgimiento de algunos de los primeros símbolos que, de manera obsesiva, ocuparían un espacio importante dentro de su narrativa posterior: para empezar, una cantina, un bar, vistos como epicentro del universo narrativo por excelencia; como un punto de encuentro natural y sobrenatural entre sus personajes, tramas e historias. La cantina de Melitón, en “Las bicicletas”, habrá de ser, qué duda cabe, el reflejo en el espejo del bar Lontananza de un tal Odilón, mencionado fugazmente en lo que habrá de ser, poco tiempo después, su segunda novela: “Estación Tula” y en la reducida geografía central de su libro de relatos del mismo nombre: “Lontananza”, y, de nueva cuenta, en forma también suscinta, en su obra titulada “El ejército iluminado”. Para continuar, y regresando a la trama de “Las bicicletas”, un personaje secundario, casi desapercibido, en esta ópera prima, Miguel Pruneda, habrá de concebir un vástago del mismo nombre, mismo que cobrará su mayor importancia, como personaje principal, en el que será el quinto de sus libros: “Duelo por Miguel Pruneda”, iniciándose así, una correspondencia inter y multi textual entre todos y cada una de las obras literarias de este autor regiomontano. El segundo libro de David Toscana, cuyo nombre es “Estación Tula”, va despertar, por ese manejo diestro, sabio, en los diversos tonos e hilos narrativos, los elogios de los diversos medios de comunicación cultural, tanto en nuestro país como en España y en los Estados Unidos. La maestría literaria conseguida en esta novela, por ejemplo, hará que el New Yorker Times Books Review y la Crónica de Houston le otorguen citas elogiosas en sus páginas y coloquen al autor como uno de los grandes autores latinoamericanos modernos. Por primera vez en mucho tiempo, y en una novela mexicana, se unen la crónica, el arte de escribir cartas, la historia de un pueblo, la investigación detectivesca, el mito y esa modalidad en la cual el mismísimo autor aparece como uno de los personajes sustanciales de la trama, un personaje él mismo no exento de citas al pie página que harán ver el discurso narrativo con un altísimo grado de verosimilitud. Otros lo había hecho, sí, pero no con igual talento como el que muestra David Toscana. En dicha novela, la historia habrá de ser desacralizada, desacreditadas las versiones oficiales de la historia regional mexicana en materia de guerra e invasión internacional, en este caso, del país vecino hacia el nuestro, y esa sensación de frustración que nos es transmitida por ese hecho doloroso de la apatía, de la dejadez, de la cobardía en haber permitido la pérdida de lo que ahora es el territorio texano, la referencia a la famosa y tergiversada Batalla del Álamo, anzuelo de heroísmo contento y mediocre que, proyectado hacia el futuro narrativo en la obra del escritor regio, se afincará de nueva cuenta en “Duelo por Miguel Pruneda” y en “El ejército iluminado”, prosiguiendo así, con esa familiaridad e intertextualidad de las que hemos hablado líneas atrás. De esta manera, mediante los hilos de diversos discursos narrativos entrelazados, David Toscana establece que, tanto historia como literatura sean las dos caras de un mismo ejercicio de formulación de la realidad, dos actos complementarios para lograr un solo objetivo: reformular el pasado histórico a través de la ficción. “Santa María del Circo”, resulta ser una excepción a la regla. Sin mayores bases que una portentosa imaginación, David Toscana aísla esta novela de las que la anteceden y la preceden. “Santa María del Circo” alcanza y supera, a mi juicio, el poder de la trama de “Albedrío”, más no la de en “Porque parece mentira la verdad nunca se sabe”, ambas de Daniel Sada. “Albedrío” y “Santa María del Circo” comparten una misma línea temática, pues giran en torno a las vidas de unos gitanos itinerantes. Pero mientras que Daniel Sada, con un lenguaje poderoso y evocador, y un estilo indirecto libre –una de las más difíciles de las técnicas narrativas de conseguir- nos da una visión cruda e irónica de una realidad que nos atañe en nuestra infancia generacional a los nacidos en los años sesentas, la de los famosos “robachicos” u “hombres del costal” con que nos aterrorizaban las abuelas; David Toscana, en ese parteaguas de su propia obra narrativa llamada “Santa María del Circo”, nos entrega magistralmente una panorámica de los cirqueros envueltos en ese proceso de su anacronismo, de su decadencia, de su derrumbe, con esas cualidades que posee Sada, más un toque de farsa; farsa magnífica que nos deleita como lectores, por su agudeza, por su finura de narrador ya decantado.Aquí entra en juego su libro de relatos, “Lontananza”, un bar, el oasis de la vida citadina, gris, desordenada, incomprensible. El lugar de encuentro entre el dios Baco y las miserias humanas; un bar, el centro de atención de aquellos tránsfugas y noctívagos que anhelan un lugar en el cual refugiarse de su cotidianidad, de su mundo mediático y mediocrático; el sitio de las soluciones y de las resoluciones, trágicas o no; el espacio donde el absurdo entra como en su propia casa. “Lontananza” es precisamente eso, un sitio a lo lejos, en el que todos alguna vez hemos deseado estar, en el que hemos estado

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